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  • Writer's pictureMis manos

Guarda la piedra.


Cuenta la historia que un día una mujer fue encontrada adulterando; según las leyes de su cultura y del lugar en donde

ella vivía, cualquier persona sorprendida en este acto debía morir lapidada, por esta razón, la mujer fue expuesta delante todo el pueblo para que recibiera su merecido.


Cuando me detengo en esta parte del relato, me imagino a las chismosas y chismosos regando el acontecimiento con su lengua; me imagino también a los orgullosos y egocéntricos pensando que ellos nunca, pero nunca llegarían a hacer algo tan bajo; y como no imaginarme a los que son perfectos moral, ética y espiritualmente buscando argumentos para acusarla. Alrededor estarían sus amigos, familiares y conocidos, quizá decepcionados por el mal ejemplo de aquella que alguna vez abrazaron y besaron, pero que en ese momento están dispuestos a apedrear. Por ahí no faltarían esos que siempre supieron lo que ella hacía y se lo alcahuetearon, pero en ese instante le dan la espalda y buscan la mejor piedra para lanzarle; y como no mencionar a ese hombre o esos hombres que estuvieron con ella admirando su cuerpo y que hoy la miran con repugnancia y desagrado.


Todos esos ojos estaban puestos sobre ella, todos los pensamientos que pasaban por cada una de las mentes ahí presentes se transformaban en profundos deseos de tirar la piedra y todas las palabras que le pudieron haber dicho o gritado vestían el momento con euforia para que por fin se escuchara el sonido de la primera piedra golpear. Pero en ese momento hubo alguien que a diferencia de los demás no tenía piedras en las manos; ese alguien cambió el destino de esa mujer y aplastó los argumentos y derechos que tenían los presentes para acusarla y matarla.


Palabras simples como “El que de ustedes esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” hizo que muchos la guardaran.


En esta oportunidad no quiero hablar de las veces que hemos estado en la posición de ELLA, sino que quiero invitarte a pensar en cuántas piedras cargamos a diario y con las que consciente o inconscientemente lastimamos sin medir la profundidad de la herida que podemos ocasionar.


Querido lector, ahí, alrededor de esa mujer, hemos estado todos….


Hemos sido los chismosos que disfrutan hablar del error, del pecado o de los defectos de los demás, hemos sido esos sepulcros blanqueados que olvidando la misericordia, el perdón y el amor, dan palo con las palabras de aquél que sigue dando misericordia, perdón y amor, hemos sido esos familiares que etiquetamos al mas frágil o diferente como “la oveja negra de la familia”, hemos sido esos orgullosos que dicen: “Yo nunca sería capaz de hacer eso” , hemos sido esos amigos que dan la espalda cuando la reputación y el “que dirán” están en juego, pero quizá, no hemos sido de los que se dan cuenta del mar de imperfecciones de su corazón y guardan la piedra.


Hoy en día se habla mucho de lo que merecemos…

“Mereces alguien que te valore”

“Mereces que te amen tal y como eres”

“Mereces que te acepten”

“Mereces oportunidades”

“Mereces igualdad”

Merces, mereces, mereces…


Hablamos mucho de lo que NO nos define….

“El pasado no me define”

“Las etiquetas no me definen”

“Mis equivocaciones no me definen”


¡Pero pasamos definiendo a los demás!

¿Y qué estamos dando nosotros? ¿Cuánto estamos sembrando en los demás? ¿Qué se puede recoger cuando solo se siembran piedras?


Soy amante y apasionada por recordar, resaltar, escribir y sobre todo testificar acerca del valor, la estima, la identidad y la seguridad que toda persona debe tener, y digo testificar, porque fueron estos procesos los que me llevaron a construir una Nathaly sana espiritual y emocionalmente, pero no puedo dejar de lado que nuestras piedras han destrozado los propósitos de otros.


Todos hemos lanzado piedras y muchos hemos aprendido a guardarla porque conocimos y experimentamos la gracia y el perfecto amor.


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