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  • Writer's pictureMis manos

Escuchar.

El mundo “online” y el real, aunque ya no sabemos cómo distinguirlos, nos ha enseñado u obligado a ser personas que siempre están mostrando, ofreciendo, enseñando y hablando; nos sentimos capaces de opinar, comentar y argumentar sobre toda clase de temas y situaciones; escribir frases emocionales para cambiar la vida del lector, desnudar nuestra vida privada para que otros vean lo “real” que soy, lo feliz que vivo, lo bien que la paso con mi novio real, mi familia real y mi día a día real. Somos una sociedad a la que se le olvidó callar, aprender en silencio, guardar secretos, archivar momentos en un diario o en álbum que solo se le muestra a las personas queridas, desactivar el wifi para escuchar el problema del otro y apagar la cámara para encender la del #corazón, para que un paisaje, una sonrisa, una malteada de chocolate nos enseñe algo nuevo de la vida.



Creo que se nos ha borrado la palabra recibir y no precisamente #likes o comentarios, sino favores, regalos, recomendaciones, palabras sabias, sorpresas, tiempo de calidad, abrazos, besos, cartas, canciones … porque definitivamente no tenemos tiempo o porque nuestro “yo” o nuestro “ego” nos ha inculcado que entre más doy mejor persona soy.


Hace varios días, tenía un nudo de sentimientos, emociones, hormonas, frustraciones, sueños, ideas, preguntas, pensamientos, mentiras y miedos que no se desamarraba de mi garganta y mientras pasaban los días más fuerte se hacía. Por mas que leía las frases motivacionales de las redes, las imágenes con mensajes bonitos de los chats de whatsapp, el proverbio o el devocional del día, por mas que oraba o intentaba escuchar la voz de #Dios o que buscará predicas relacionadas al tema y videos inspiradores, el nudo en la garganta ya iba bajando al corazón y no desaparecía. ¿Qué estaba pasando? Solamente necesitaba a alguien que me escuchara.


En un de esos días “anormales” conversé con dos persona muy allegadas, hablé, hablé y hablé hasta más no poder y ellas guardaron silencio en todo el tiempo que estuve sacando todo ese enredo de emociones que tenía. Algo curioso me pasó con ambas. Cuando terminé de hablar me sentí mucho mejor, una sensación de paz y de tranquilidad refrescó mi mente y sin una sola palabra o consejo de parte de ellas saqué muchas conclusiones y comencé a ver las cosas con más claridad: yo misma al escucharme hablar me di cuenta que me estaban invadiendo pensamientos y películas que no estaban pasando y que no eran ciertas. Después de un tiempo recibí de parte de estas dos personas, palabras que me afirmaron y también me llenaron de seguridad, pero sinceramente lo que cambió la situación fue su paciencia y capacidad para escuchar.


El #alma esconde muchas emociones, frustraciones y sentimientos que van desordenando nuestra vida. Allí también hay cadenas llamadas malos recuerdos, falta de perdón, heridas, resentimientos y culpabilidad que nos han hecho vivir a muchos en esclavitud y la única forma de salir de ese lugar es hablando. Sin embargo hoy en día hay pocos dispuestos a escuchar, a prestar sus oídos y su tiempo completo.


Hoy en día nos sentimos consejeros de todos y de todo, como si tuviéramos una caja de sabiduría lista para hablar u opinar sobre los problemas o debilidades de los demás, y aunque es verdad que a veces las personas nos buscan para que les brindemos un consejo o para que les digamos lo que quieren escuchar y así sentirse mejor, creo que son más las situaciones en las que nos buscan porque sencillamente quieren hablar y hablando se sana el alma.


¿Hace cuánto no escuchamos atentamente a nuestros amigos?

¿Cuándo fue la última vez que fuiste lento para hablar y estuviste listo para escuchar?

¿Sabías qué una de las formas en las que puedes ser un instrumento del amor de Dios es atendiendo a las palabras de alguien?

¿Te imaginas cuanta gente a tu alrededor está sufriendo por guardar tanto dolor y están a punto de estallar?


Escribiendo el blog me acordé de una situación que me pasó hace 8 años y con esto quiero terminar:


Un día un profesor se me acercó, no sé porqué a mi, y comenzó a hablarme de todo lo malo que estaba pasando en su vida con respecto a su área matrimonial y familiar. Había tanto dolor dentro de él que se le entrecortaban las palabras y a su vez, quería contar tanto, que a veces se quedaba sin respiración y se ahogaba. Mientras esto sucedía, yo pensaba “¿Y ahora qué le digo? no se como aconsejarlo, que situación tan incomoda, ¿pero si yo soy menor que él y no se nada de matrimonios, por qué me lo cuenta a mi? Y mientras esto pasaba por mi mente, todo quedó en silencio y el profe me miró y me dijo: “Nathaly, muchas gracias por su tiempo, me siento mucho mejor” se levantó, me dio un abrazo y lo único que pude decir fue: “de nada profe Dios lo bendiga” pero durante el camino a casa me pregunté una y otra vez cómo se había sentido mejor si no le pude decir nada y no le di un consejo … pero sin embargo se sintió mejor.


Al cabo de los días, me lo encontré nuevamente y me contó que desde ese día se había quitado un peso de encima y que las cosas iban mejorando en su casa, obviamente me alegré pero seguí sin entender … porque sencillamente lo único que había hecho era ESCUCHARLO.


Todos en algún momento de nuestra vida hemos tenido este deseo o necesidad: ser escuchados. A veces no queremos tener la razón, queremos tener atención. A veces no queremos ser entendidos, queremos que nos escuchen.


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